“La Libertad es el derecho de hacer lo que ordena la justicia. Todo niño mexicano conoce la definición de la paz y parece comprender lo que ésta significa también. Pero en Estados Unidos dicen: los mexicanos no quieren la paz. Eso es una mentira necia. ¡Que se tomen los norteamericanos el trabajo de hacer una encuesta en el ejército maderista, preguntando si los soldados quieren la paz o no…! La gente está cansada de la guerra”.
[Reed, John. México insurgente. Parte I, capítulo II].
John Reed tiene apenas 26 años cuando es enviado a México como corresponsal de guerra de la revista Metropolitan de Nueva York. Pocos años antes, en 1910, sale de la Universidad de Harvard con un grado en poesía, su otro gran amor junto al periodismo. Pero el viaje que realiza por varios de los principales países de Europa –Inglaterra, Francia y España- en 1910 parece haberle causado un gran aburrimiento y no se traduce, como esperaban sus maestros de universidad, en escritos literarios o periodísticos de tipo alguno. El México revolucionario de la segunda década del siglo XX era el escenario ideal para que aflorara, en toda su creatividad y prosa imaginativa, el periodismo literario de John Reed.
La obra de Reed, nos muestra el mundo a través de lo que el periodista observa, escucha y siente de manera inmediata. Ahora bien, ¿no dicen acaso los manuales de periodismo que el yo, el nosotros y el nuestro están prohibidos en la labor informativa, salvo que se trate de un artículo de opinión? Mas, con la narrativa de John Reed esta regla básica se viene abajo por completo. Y es que él se las juega por completo con sus personajes; escribe, vive y hace periodismo en las circunstancias reales -y casi siempre extremas- en que acontecen las luchas revolucionarias de la gente pobre. Por eso, no hay en Reed ninguna pose fingida. El yo no es utilizado por él como un vehículo de la introspección personal y narcisista, sino como una técnica periodística efectiva con la cual mostrar los distintos matices y coloraciones del mundo exterior; un mundo exterior que es a la vez contradictorio, violento y esperanzador. Pura y simplemente: para escribir México insurgente en primera persona, antes hay que tener el valor y arrojo personal de John Reed, tomar los riesgos que él se toma. Su narrativa en primera persona revela, como dice el poema de Neruda, un hombre invisible, un ser humano especial que canta con todos sus hermanos.
México fue una gran escuela para él, porque le dio la oportunidad de crear poesía allí donde otras personas veían caos y anarquía. O, para decirlo en sus propias palabras, allí en México, entre soldados harapientos y campesinos pobres, jugándosela a todo dar, Reed aprendió también a “ver la belleza oculta del mundo visible…”.
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